hola, un saludo desde el C. E. Permanente S. Matias...
Bueno hoy me he encontrado el libro Las Mil y una Noche, y me he dicho voy a contar un cuento
espero que os guste...
HISTORIA CONTADA POR UN MÉDICO JUDIO
Señor, en la época en que yo estudiaba medicina en Damasco, fuí llamado para ver a un
enfermo a la casa del gobernador de la ciudad. El paciente era un joven de gallarda presencia,
el cual, en vez de la mano derecha, me presentó la izquierda para que le tomase el pulso. No
dejo de chocarme esta circunstancia, hasta que al cabo de diez días, y curado ya el enfermo,
noté que le faltaba la mano derecha. Paseando un día los dos solos por los jardines del
gobernador, pregunté al joven el motivo del defecto de que adolecía, y entonces me contó su
historia.
--- He nacido en Mosul--dijo--, de una de las familias más notables de la ciudad, y fuí
educado con sin igual esmero. Mi padre y mis tios, mercaderes opulentos, determinaron
hacer un viaje a Egipto a las orillas del Nilo, de ese río prodigioso cuyas aguas y arenas
fertilizan aquellas comarcas, haciéndolas las más ricas del mundo, y yo, grande ya y
apasionado de los viajes, pude conseguir de mi padre que le acompañase, dándome una
participación en los negocios que iba a emprender, pero debía quedarme en Damasco mientras
mis parientescontinuaban su excursión a Egipto. Atravesamos la Mesopotania y el rio Éufrates
y desde Alepo pasámos a Damasco, donde me quedé, según lo convenido, gozando en una
casa magnífica de las ganancias obtenidas en la venta de mis mercancias. Una mañana llegaron
a mi tienda dos jóvenes damas de la ciudad para hacer algunas compras, cuando una de ellas
fué atacada de violentas convulsiones y expiro en mis brazos en medio de la más espantosa
agonía. La otra hoyó en el interin y tuve sospechas de que hubiese envenenado a su amiga.
Con las mayores precauciones, hice enterrar el cadáver en el patio de mi casa, después cerrgué
y puse mi sello en las puertas, pagué un año anticipado de alquiler al propietario del edificio,
y me fuí al Cairo, en busca de mis tios, con pretexto de negocios urgentes que allí reclamaban
mi presencia. Tres años permanecí en el Cairo y en Egipto, y al cabo de ese tiempo regresé
a Damasco, hallando mi casa y mis muebles en el mayor orden. En el salón encontré un collar
de oro enriquecidode gruesas perlas, alhajas que al punto reconocí, porque era la que llevaba
al cuello la joven que había muerto envenenada en mi habitación. Algunos meses después de
mi llegada a la ciudad, me vi obligado por las circunstancias a vender el collar, y fuí a la tienda
de un joyero, el cual me ofreció cincuenta scherifes, aunque reconoció que la prenda valía más
de dos mil. Apurado por la escasez de dinero, consentí en recibir tan pequeña suma. Salió a la
calle el joyero con pretexto de buscar metálico en la tienda de un vecino suyo, pero volvió con
un oficial de policia a quien me dununció como ladrón, suponiendo que yo había robado la
prenda hacia tres años y que había tenido la osadía de ir a venderla por la miserable cantidad
de cincuenta scherifes, siendo así que valía más de dos mil. El oficial mandó que me diesen
cien palos para que confesase la verdad, y la violencia del castigo me hizo declarar que, en
efecto, yo había robado el collar de oro. Entonces no hubo remedio, y en castigo de mi supuesto
crimen me cortaron la mano derecha. Deshonrado, aborrecido de todos, y sin atreverme a
volver a Mosul, permanecí en la mayor aflicción y aislamiento cuando a los tres días fuí
conducido entre soldados a la presencia del gobernador de Damasco, porque se había descubierto que el collar de perlas perteneció a una de sus hijas, desaparecida de la ciure midad
hacía tres años. Es decir, que sobre mi persona recayeron hastas sospechas de que yo fuese
autor de un asesinato. Referí al bondadoso Gobernador todo lo sucedido con esa sencilla
elocuencia que solo tiene el le nguaje de la verdad. El Gobernador, convencido de mi inocencia,
me dijo.
--Hijo mío, permíteme que desde hoy te dé este dulce nombre, has de saber que he sido el
padre más desgraciado del mundo. La mayor de mis hijas, arrebatada por la pasión de los
celos, envenenó a su hermana, que es la que fué a morir a tu casa, y los remordimientos la
hicieron confesar su delito pocos momentos antes de morir agobiada bajo el peso de la
concienci. En medio del delirio reveló que su victima llevaba ese collar de perlas el día del
fallecimiento y he mandado hoy traerte aquí para esclarecer el misterio que envolvía el
desgraciado fin de mi pobre hija. Todavía me queda otra y te la ofrezco en matrimonio, y como
parte de dote los bienes que confiscaré del infame joyero que te ha calumniado.
Y así se verificó todo, a los ocho días uní mi suerte a la de la hija del gobernador de
Damasco, en cuyo palacio vivo dichoso como veís, gozando de la herencia de mis tíos y de mi
padre, muerto hace poco en Mosul, después de larga vida.
He aquí la historia del joven --continuó el médico judío--, y el origen de la pérdida de la
mano derecha.
--Muy bien---exclamó el sultán de Casgar--pero el cuento no es tan divertido, y por
consiguiente, no me encuentro inclinado a concederos la vida.
hasta pronto Emilia...
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